Aquella niña de La Plata que soñaba
con Sevilla.
Me he preguntado en muchas ocasiones si
sería capaz de abandonar mi país, mi ciudad, mi pueblo, mi casa, porque un arte
me enamorara con tal fuerza que decidiera dar el paso. Y siempre me he
respondido que no, que nada ni nadie lograría arrancarme de la tierra de mis
antepasados, de mi tierra. Por eso admiro tanto a quienes sí son capaces de
hacerlo, de ver un día una estrella y seguirla envueltos en incertidumbre y
dudas, pero ilusionados. En el mundo del flamenco es algo frecuente, ocurre
mucho eso de que seres humanos de otras tierras descubran un día la magia de un
artista o el magnetismo de un cante y lo dejen todo para venir a la tierra que
ha parido tanto una cosa como la otra. Ocurría ya en el siglo XIX, cuando el
flamenco apenas era un proyecto de arte universal. No me refiero a los viajeros
románticos, que venían a lo suyo y regresaban a sus países de origen para escribir
un libro que pocas veces llegaba a
Andalucía. Me refiero a personas que un día, en su país, descubrían en
un teatro a La Cuenca
o a Antonio el de Bilbao y llegaban a la extraña conclusión de que ya sus vidas
no tendrían sentido sin estar cerca de ellos o del mundo que los procreó. Es lo
que le pasó a María Virginia Di Domenicantonio, La India, una bella e
inteligente bailaora argentina que sintió la llamada de la danza española en su
ciudad natal, La Plata, a la edad de sólo 6 años. Si en Andalucía, a estas
alturas, aún hay quienes se sorprenden de que se cree un festival de flamenco
en Pamplona, se pueden imaginar lo que pensarán de esto, de que una niña
argentina se sintiera llamada por el arte andaluz. Como si para los argentinos,
sobre todo para los bonaerenses, el flamenco fuera un arte extraño, algo de
otro planeta. Los andaluces creen en la universalidad del arte jondo y les
resulta extraño que un japonés sienta el cante y, además, lo interprete. La India se formó en su tierra,
con los maestros españoles que iban a Buenos Aires a actuar y a dar cursos.
Además, se formó también como terapeuta corporal. Venía a Andalucía todo lo que
podía, algo complicado por el coste de los viajes. Jerez y Sevilla eran sus
lugares preferidos para aprender en el tajo, en la cuna, lo que nos puede dar
una idea de qué venía buscando: la esencia. No es que no haya esencia en
Granada, Córdoba o Almería, pero ella sabía dónde estaba la esencia que le
dolía. Como dato curioso, sorprende con la gran cantidad de artistas que quiso
aprender. Podría haber elegido a Matilde Coral o a Angelita Gómez, que son
esencias de Triana y Jerez, respectivamente, pero amplió el abanico de una
manera admirable. Buscaba una buena formación, no ser la réplica de ninguna
maestra, de ninguna estrella. Y lo consiguió. En julio de 2007, María tomó la
decisión de abandonar La Plata
y afincarse en Sevilla, aun siendo consciente de que no le iba a resultar nada
fácil dedicarse al baile como profesional. Ya va a llevar ocho años en Sevilla
y no sólo ha conseguido vivir del baile, entre actuaciones y clases, logrando
hacer realidad un sueño, sino que ahora ha escrito un libro precioso, El
Flamenco Mi Inspiración, en el que ha intentado, diría que con bastante
acierto, contar la relación profesora-alumnos, sin que la obra resulte un
tratado teórico insufrible, sino algo delicioso, con alma y una enorme carga de
sensibilidad. Llevo ya algunos años en este mundo, el del flamenco, y no
conozco un libro como éste de La India, que es una obra de gran ternura, en la
que hay una perfecta simbiosis de docencia y alma flamenca. No es un libro para
aprender a bailar o a mover el cuerpo, sacándole el mayor partido posible, sino
para facilitar el amor hacia este arte y que la disciplina, la voluntad y la
constancia del alumno no sean meras herramientas, sino lo agradable del viaje
al conocimiento del cuerpo y del propio arte flamenco, que es el que lo mueve.
Confieso que con la lectura de este libro he descubierto cosas que desconocía
sobre la enseñanza del flamenco. Soy amigo de todos los profesores y de todas
las profesoras de Sevilla –lo fui de Enrique el Cojo, Pepe Ríos o Morilla–, y
leyendo este libro, con entusiasmo, les aseguro que voy a valorar de otra
manera a quienes desarrollan esta gran labor, sean o no andaluces de cuna. Si
lo ha conseguido aquella niña de La
Plata que con 6 años ya soñaba con Sevilla, es algo que me
produce una hemorragia de satisfacción. Como solía decir Luis Caballero, el
flamenco es algo más que vino y copla. Nunca lo duden.
Manuel Bohórquez Casado
Premio Nacional de
Flamencología