sábado, 2 de abril de 2016

PRÓLOGO, POR MANUEL BOHÓRQUEZ.

PRÓLOGO, POR MANUEL BOHÓRQUEZ.

Aquella niña de La Plata que soñaba con Sevilla.

Me he preguntado en muchas ocasiones si sería capaz de abandonar mi país, mi ciudad, mi pueblo, mi casa, porque un arte me enamorara con tal fuerza que decidiera dar el paso. Y siempre me he respondido que no, que nada ni nadie lograría arrancarme de la tierra de mis antepasados, de mi tierra. Por eso admiro tanto a quienes sí son capaces de hacerlo, de ver un día una estrella y seguirla envueltos en incertidumbre y dudas, pero ilusionados. En el mundo del flamenco es algo frecuente, ocurre mucho eso de que seres humanos de otras tierras descubran un día la magia de un artista o el magnetismo de un cante y lo dejen todo para venir a la tierra que ha parido tanto una cosa como la otra. Ocurría ya en el siglo XIX, cuando el flamenco apenas era un proyecto de arte universal. No me refiero a los viajeros románticos, que venían a lo suyo y regresaban a sus países de origen para escribir un libro que pocas veces llegaba a  Andalucía. Me refiero a personas que un día, en su país, descubrían en un teatro a La Cuenca o a Antonio el de Bilbao y llegaban a la extraña conclusión de que ya sus vidas no tendrían sentido sin estar cerca de ellos o del mundo que los procreó. Es lo que le pasó a María Virginia Di Domenicantonio, La India, una bella e inteligente bailaora argentina que sintió la llamada de la danza española en su ciudad natal, La Plata, a la edad de sólo 6 años. Si en Andalucía, a estas alturas, aún hay quienes se sorprenden de que se cree un festival de flamenco en Pamplona, se pueden imaginar lo que pensarán de esto, de que una niña argentina se sintiera llamada por el arte andaluz. Como si para los argentinos, sobre todo para los bonaerenses, el flamenco fuera un arte extraño, algo de otro planeta. Los andaluces creen en la universalidad del arte jondo y les resulta extraño que un japonés sienta el cante y, además, lo interprete. La India se formó en su tierra, con los maestros españoles que iban a Buenos Aires a actuar y a dar cursos. Además, se formó también como terapeuta corporal. Venía a Andalucía todo lo que podía, algo complicado por el coste de los viajes. Jerez y Sevilla eran sus lugares preferidos para aprender en el tajo, en la cuna, lo que nos puede dar una idea de qué venía buscando: la esencia. No es que no haya esencia en Granada, Córdoba o Almería, pero ella sabía dónde estaba la esencia que le dolía. Como dato curioso, sorprende con la gran cantidad de artistas que quiso aprender. Podría haber elegido a Matilde Coral o a Angelita Gómez, que son esencias de Triana y Jerez, respectivamente, pero amplió el abanico de una manera admirable. Buscaba una buena formación, no ser la réplica de ninguna maestra, de ninguna estrella. Y lo consiguió. En julio de 2007, María tomó la decisión de abandonar La Plata y afincarse en Sevilla, aun siendo consciente de que no le iba a resultar nada fácil dedicarse al baile como profesional. Ya va a llevar ocho años en Sevilla y no sólo ha conseguido vivir del baile, entre actuaciones y clases, logrando hacer realidad un sueño, sino que ahora ha escrito un libro precioso, El Flamenco Mi Inspiración, en el que ha intentado, diría que con bastante acierto, contar la relación profesora-alumnos, sin que la obra resulte un tratado teórico insufrible, sino algo delicioso, con alma y una enorme carga de sensibilidad. Llevo ya algunos años en este mundo, el del flamenco, y no conozco un libro como éste de La India, que es una obra de gran ternura, en la que hay una perfecta simbiosis de docencia y alma flamenca. No es un libro para aprender a bailar o a mover el cuerpo, sacándole el mayor partido posible, sino para facilitar el amor hacia este arte y que la disciplina, la voluntad y la constancia del alumno no sean meras herramientas, sino lo agradable del viaje al conocimiento del cuerpo y del propio arte flamenco, que es el que lo mueve. Confieso que con la lectura de este libro he descubierto cosas que desconocía sobre la enseñanza del flamenco. Soy amigo de todos los profesores y de todas las profesoras de Sevilla –lo fui de Enrique el Cojo, Pepe Ríos o Morilla–, y leyendo este libro, con entusiasmo, les aseguro que voy a valorar de otra manera a quienes desarrollan esta gran labor, sean o no andaluces de cuna. Si lo ha conseguido aquella niña de La Plata que con 6 años ya soñaba con Sevilla, es algo que me produce una hemorragia de satisfacción. Como solía decir Luis Caballero, el flamenco es algo más que vino y copla. Nunca lo duden.

Manuel Bohórquez Casado
Premio Nacional de Flamencología